Cuando otros seres que sólo son olvido a través de nosotros se reencuentran


¿Quién ha vivido esto
y quién no lo ha vivido?

Gunnar Ekelöf

Mi amor que llega en este tiempo ya sin tiempo,
mi bella sin porqué, con un por quién,
que sólo sabe de sí misma lo que ama,
apenas eso - y nunca demasiado.
Mi amor veloz más que la tierra,
veloz más que sus giros y sus vueltas,
viajando a bordo de un país celeste,
sin saber hacia dónde, por qué hoy,
por qué unos ojos y no otros,
esta sonrisa y no su sombra,
sin saber por qué ya, por qué aquí mismo,
delante de un milenio que amanece...

Mi amor, mi bella, que va y vuelve
iluminada por relámpagos nómadas,
ella y sus pétalos fugaces,
ella y su grito inalcanzable,
el grito más azul de mi deseo.
Siempe con el asombro de estar viva,
el asombro raigal de estar aquí,
dando vueltas y vueltas al mismo sol arcaico
sin porqué ni hasta cuándo,
pero con un porqué de pronto que estremece,
cuando en su voz se oye mi nombre
y de otro mundo veo venir sus ojos
que henchidos de milagro me suspenden
para que todo gire y nos eleve,
así dentro, así fuera,
en nuestra sangre errante y en las nubes sin patria.

Mi amor, mi bella con el sueño de sus voces
y súbitos silencios,
habituada a la tierra, a su vuelo, a sus giros,
dibujando su ritmo a cada nuevo paso,
a cada sístole y diástole,
hasta sentirla hablar por nuestras bocas
cuando del fondo nos buscan sus palabras.

Porque la tierra también, para juntarnos,
se valió de su cuerpo y de mi cuerpo,
y no ayer ni después ni en otra hora,
sino en este preciso subitáneo,
cuando otros seres que sólo son olvido
a través de nosotros se reencuentran...

Mi amor que vuelve de nadie sabe dónde,
con su antigua canción que se oye por el tacto,
canción de besos, luna, ardor, cabellos,
senos enajenados que hablan solos,
muslos que van o vienen de valses instantáneos,
piel con la espuma de un mar que es mi naufragio.
Mi amor que nombra este vocablo etrusco,
el ignoto vocablo de vocales desnudas,
cuando es la hora del deseo con su sol negro,
la hora en que los cuerpos anudan sus raíces,
y las venas a solas se entretejen.
Aquí está la guitarra que suena en la penumbra
y el tímbrico deseo de percusiones cósmicas
y los acordes y saltos de la gracia,
aunque los sones provengan de sus ojos
y en su cuerpo se palpen, se compendien,
cuando en su carne crece la llama musicante.

Este es el sueño que la busca a medianoche,
y la otra cara de la luna nunca vista
con su rostro grabado por el hacha.
Aún estamos aquí, pero aquí ya no estamos
y siempre por eso aquí estaremos...
Este es el tiempo sin tiempo que nos une
y nuestro empeño de descifrar a ciegas
las mismas viejas sílabas etruscas
a través de la carne, el sueño, los sollozos,
aunque su enigma aceche a cada nuevo instante.

Canción de amor de Jorge Silvestre (fragmento) - Eugenio Montejo
Sacado de Papiros amorosos

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