Al final de esta época, como si todo este largo viaje hubiera sido inútil vuelvo a quedarme solo en los territorios recién descubiertos. Como en la crisis de nacimiento, como en el comienzo alarmante y alarmado del terror metafísico de donde brota el manantial de mis primeros versos, como en un nuevo crepúsculo que mi propia creación ha provocado, entro en un agonía y en la segunda soledad. Hacia dónde ir? Hacia dónde regresar, conducir, callar o palpitar? Miro hacia todos los puntos de la claridad y de la oscuridad y no encuentro sino el propio vacío que mis manos elaboraron con cuidado fatal.
Pero lo más próximo, lo más fundamental, lo más extenso, lo más incalculable no aparecía sino hasta este momento en mi camino. Había pensado en todos los mundos, pero no en el hombre. Había explorado con crueldad y agonía el corazón del hombre; sin pensar en los hombres había visto ciudades, pero ciudades vacías; había visto fábricas de trágica presencia pero no había visto el sufrimiento debajo de los techos, sobre las calles, en todas las estaciones, en las ciudades y en el campo.
A las primeras balas que atravesaron las guitarras de España, cuando en vez de sonidos salieron borbotones de sangre, mi poesía se detiene como un fantasma en medio de las calles de la angustia humana y comienza a subir por ella una corriente de raíces y de sangre. Desde entonces mi camino se junta con el camino de todos. Y de pronto veo que desde el sur de la soledad he ido hacia el norte que es el pueblo, el pueblo al cual mi humilde poesía quisiera servir de espada y de pañuelo, para secar el sudor de sus grandes dolores y para darle un arma en la lucha del pan.
Entonces el espacio se hace grande, profundo y permanente. Estamos ya de pie sobre la tierra. Queremos entrar en la posesión infinita de cuanto existe. No buscamos el misterio, somos el misterio. Mi poesía comienza a ser parte material de un ambiente infinitamente espacial, de un ambiente a la vez submarino y subterráneo, a entrar por galerías de vegetación extraordinaria, a conversar a pleno día con fantasmas solares, a explorar la cavidad del mineral escondido en el secreto de la tierra, a determinar las relaciones olvidadas del otoño y del hombre. La atmósefra se oscurece y la aclaran a veces relámpagos recargados de fosforencia y de terror; una nueva construcción lejos de las palabras más evidentes, más gastadas, aparace en la superficie del aire; un nuevo continente se levanta de la más secreta materia de mi poesía. En poblar estas tierras, en clasificar este reino, en tocar todas sus orillas misteriosas, en apaciguar su espuma, en recorrer su zoología y su geográfica longitud, he pasado años oscuros, solitarios y remotos.
Pablo Neruda - Confieso que he vivido
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