· foto sacada de la web ·
Existe un indefinible poder misterioso que lo penetra todo. Yo lo siento, aunque no lo veo. Este poder invisble se deja sentir y, sin embargo, rehúye cualquier prueba, pues es radicalmente diferente de todo cuanto se percibe a través de los sentidos, a los que trasciende.
Es imposible razonar la existencia de Dios hasta un cierto punto. Incluso en los asuntos ordinarios vemos que las gentes no saben quién gobierna, o por qué o cómo gobierna. Y, sin embargo, saben que hay un poder que sin duda gobierna. En mi viaje del año pasado a Mysore, encontré a muchos aldeanos pobres y, al preguntarles, comprobé que no sabían quién gobernaba Mysore. Simplemente decían que algún dios la gobernaba. Si el conocimiento de estas pobres gentes era tan limitado acerca de su gobernante, ¿quién se sorprenderá de que yo, que soy infinitamente más pequeño que Dios de lo que ellos lo son respeto de su soberano, no comprenda la presencia de Dios, el Rey de reyes? No obstante, yo siento, como los pobres aldeanos sentían respecto de Mysore, que hay orden en el universo, que hay una ley inalterable que gobierna todas las cosas y todos los seres que existen o viven. No es una ley ciega; pues ninguna ley ciega puede gobernar la conducta de los seres vivos, y, gracias a las maravillosas investigaciones de Sir J. C. Bose, se puede demostrar ahora que incluso la materia es vida. Esa ley que gobierna toda vida es Dios. La ley y el legislador son uno. No puedo negar la ley ni al legislador porque sepa tan poco sobre ella o él. Además, así como mi negación o ignorancia de la existencia de un poder terrenal no me aprovecharía nada, así tampoco mi negación de Dios y de Su ley me liberaría de su operación; por el contrario, la aceptación humilde y muda de la autoridad divina hace el viaje de la vida más fácil, como la aceptación del gobierno terrenal hace que la vida que se desarrolla bajo él sea más fácil.
Percibo vagamente que mientras todo a mi alrededor es siempre cambiante y está continuamente muriendo, hay, subyacente a todo ese cambio, un poder vivo que es inmutable, que todo lo mantiene unido, que crea, disuelve y recrea. Ese poder informante del espíritu es Dios. Y puesto que nada de lo que veo tan sólo a través de los sentidos puede persistir o persistirá, sólo Él es.
Y este poder ¿es benévolo o malévolo? Veo que es puramente benévolo. Pues veo que en medio de la muerte persiste la vida, en medio de la mentira persiste la verdad, en medio de la oscuridad persiste la luz. Por ello deduzco que Dios es vida, verdad, luz. Él es amor. Él es el bien Supremo.
Pero Él no es ningún Dios que simplemente satisfaga al intelecto, si alguna vez lo hace. Dios, para ser Dios, debe gobernar el corazón y transformarlo. Debe expresarse incluso en los actos más nimios de su devoto. Esto sólo puede hacerse a través de una comprensión definitiva más real que la que puedan producir nunca los cinco sentidos. Las percepciones de los sentidos pueden ser, y a menudo son, falsas y engañosas, por reales que puedan parecernos. Cuando hay comprensión más allá de los sentidos es infalible. No se prueba por la evidencia externa, sino por la transformación de la conducta y el carácter de aquellos que han sentido la presencia real de Dios. Ese testimonio puede encontrarse en las experiencias y en la línea inquebrantable de los profetas y sabios de todos los países y regiones. Rechazar esta evidencia sería negarme a mí mismo. Esta comprensión va precedida de una fe inamovible. Quien quiera probar en su propia persona la presencia de Dios puede hacerlo mediante una fe viva. Y puesto que la fe no puede demostrarse por una evidencia externa, el camino más seguro es creer en el gobierno moral del mundo, y, por tanto en la supremacia de la ley moral, la ley de la verdad y el amor. El ejercicio de la fe será el más seguro cuando haya una clara determinación de rechazar radicalmente todo lo que sea contrario a la verdad y el amor.
No puedo dar razón de la presencia del mal por ningún método racional. Pretender hacerlo es querer ser igual a Dios. Por consiguiente, soy lo bastante humilde para reconocer el mal como tal. Y digo que Dios es el gran sufridor y paciente precisamente porque Él permite el mal en el mundo. Sé que Él no tiene ningún mal. Él es el autor del mal y, sin embargo, no es afectado por él.
Sé también que nunca conoceré a Dios si no lucho con y contra el mal incluso al precio de mi propia vida. Soy fortalecido en esa creencia por mi humilde y limitada experiencia. Cuánto más puro trato de ser, más cerca me siento de Dios. Cuánto más lo estaría si mi fe no fuera una mera excusa como lo es hoy, sino que hubiera llegado a ser tan inamovible como los Himalayas y tan blanca y brillante como la nieve de sus cimas. Mientras tanto, invito al corresponsal a rezar con Newman, que cantó desde la experiencia:
Llévame, Luz amable, entre la penumbra envolvente,
llévame Tú.
La noche es oscura y estoy lejos de casa,
llévame Tú.
Guarda Tú mis pies, no pido ver
el paisaje distante; un paso me basta.
Mahatma Gandhi · Young India, 11 de octubre de 1928
No hay comentarios:
Publicar un comentario